Sé que casi nadie desdeña
una buena historia de misterio. Y también sospecho que poco de lo que aquí me
propongo contar, gozará del crédito del lector. Algo que, por otra parte, me
importa más bien poco. He recibido el dictado de quienes, parcos en loas a mis
virtudes, conocedores de mis defectos, también confían en mis dotes de cronista.
Así sea.
Un dictado que me dispongo a
cumplir cuando el cielo azabache, cúpula desde la que los dioses curiosos me
acechan, trae consigo la tarde del 24 de noviembre de 2020 en algún lugar de
Las Palmas de Gran Canaria.
Dicho esto, si lo
encomendado ha de llevarse a cabo, conviene que conste en estas páginas una
breve nota, previa al comienzo del relato de los hechos; que es la siguiente:
Sobre cada dato, nombre, apellido o cualesquiera que sean los hechos de los que
me hago eco, por ventura del mandato conferido, no puedo sino afirmar que son
todas cosas ciertas. Y que, habiendo sido objeto de mi más escrupulosa
comprobación, me permiten comprometer en este asunto el afamado honor de que
goza mi nombre.
No disponemos de mucho
tiempo. El reloj cabalga desbocado.
No me hagas explicarte cómo,
inesperadamente, llegué a saber que en cada casa, en todas y cada una de las
benditas casas de este maldito mundo, hay una misteriosa Puerta. Una misteriosa Puerta que tú, mi hermano, jamás has visto abierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario