viernes, 27 de octubre de 2017

Sesiones de Sexo en Tardes de Otoño (I)


El amor ya lo tenía, ahora, 17:35 de una tarde de calima, deseaba sexo. Ella, tan imaginativa cuando de carne se trataba, creyó que el accidente del café frío derramándose sobre su falda, era la ocasión perfecta para que los primitivos timbales empezaran a dejarse oír.

Raúl -mientras ella pasa al baño, se quita la falda y las bragas, y se introduce en la ducha- comenzó a escuchar, primero tímidamente, luego a viva voz, el llamamiento de la percusión. Alerta, lobo. Puedes olerla cerca. Y el agua que cae por el cuerpo desnudo de ella, tú lo escuchas de lejos, junto a los tambores que tocan a rebote. Peligro puro. ¿Qué estará haciendo que tarda tanto?
Ella, zorra embebida en su fantasía, parece escuchar, sólo ella, el llamado al placer que se está dictando ahora mismo desde los almuecines de sus piernas. Desde el candente púlpito, donde cantos de celo y calor se posan, al espirar, sobre sus labios rosa, se está agitando y gritando al corazón.
Mano derecha, mojados dedos de la mano derecha directos a palpar los labios; a acudir pronto a la convocatoria de los sentidos. Y se despertó la pequeña dosis de culpa, sólo la precisa para vivir plenamente el inminente sexo con aquel macho que merodea fuera del baño. Raúl está casado… ¿quién me iba a decir esta mañana que esta tarde, tomando un café frío sucedería un accidente y, con él, algo fortuito y salvaje que ni él y yo habíamos pretendido? Algo inesperado. Algo que, desde luego, tiene su morbo.
Afuera, muy cerca, Raúl recoge el café que se ha derramado; mientras, el repiqueteado trote de un ejército mercenario de mil caballos indomables estampa su bronco galopar, sus metálicas pezuñas, sobre el pecho del varón. Ya se siente fauno. Y piensa, fantasea, con Laura… Ella, a buen seguro, muy entretenida llevando -una y otra vez- sus salivosos dedos a la entrepierna.
Creía ver el rostro de Laura colmada de exhalaciones y estrellas fugaces. Y aquello lo ponía muy caliente.
Laura gimió antes de atravesar las fronteras de lo salvaje desconocido. Se sentía libre de ser ella misma.
Raúl, aullando con la mirada, no lo pensó dos veces y se arrancó las playeras. Arrancó con sus patas delanteras la camisilla, y con las mismas pezuñas dejó al descubierto su pendular miembro; tambores sacuden la cúspide y responden a aullidos, fragancia almizclera e imponentes almuecines.
Y con el falo erguido se acercó a la puerta del baño; tocó con intención de no esperar una respuesta, sino advertir a la presa de su presencia y la ausencia de escapatoria.
Aun en la ducha, jugando con su ano, Laura sabe -con certeza- que Raúl, de un momento a otro, arrancará la puerta y saltará hasta entrar en la ducha, celda en la que estará, a mi entera disposición, para mi pleno placer sexual.
Saber que su amante será presa sin escapatoria la ponía aún más cachonda.
Se abrió la puerta y, ¡boom!, hubo fieras copulando, hambrientos zorros jodiendo sin cesar toda aquella sofocante tarde de otoño calimoso.
Al llegar la noche, agotados, felices y bien folladitos, hablaron de un montón de cosas que, tras dos meses de separación por causa del trabajo de ella, merecían ser contadas, y que el accidente del café había interrumpido.

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