Gautama y el Dragón


Un cuento de
Tavo de Armas
con ilustraciones

Introducción para padres y educadores

En medio de un mundo en constante convulsión, una reflexión serena me permite llegar a una conclusión esperanzadora sobre el futuro: si existe un mañana mejor, éste lleva el nombre de la gente pequeña; quienes debieran ser receptores de lo mejor de cada uno de nosotros. Sus logros dependerán -en gran medida- del esfuerzo y la habilidad de los padres, a la hora de poner a su alcance una cultura hogareña que propicie mentes sanas y espíritus libres. En fin, todo aquello que no abunda en nuestra actual y sofisticada realidad adulta.
Precisamente, tras el análisis de las circunstancias sociales que nos rodean y condicionan, se exige una profunda y madura reestructuración de las prioridades y los objetivos. Entiendo que estos cambios deben llegar como fruto del consenso entre los responsables de la célula familiar (como quiera que esté compuesta), reevaluando los propósitos comunes y dando preferencia a los valores éticos y espirituales; a sabiendas de que hacerlo exigirá un cambio de coordenadas respecto de la concepción que hemos tenido del mundo material y nuestra relación con él.
La libre elección que supone renunciar a los convencionalismos sociales, no es una receta que pueda ser desarrollada en terceros si antes no se ha experimentado en uno mismo. Precisamente ahí reside la consistencia de cualquier proyecto con aspiraciones de progreso: el propósito, el esquema trazado, ha de personificarse en quienes pretenden tranferirlo a otros; máxime si esos otros son gente pequeña.
Ese matiz es el que diferencia al educador educado del predicador que vende una propaganda que no lo ha impregnado previamente. Dicho en siete palabras: nada hay más pedagógico que el ejemplo.
Sirva esta oportunidad para reivindicar que se puede aprender mucho en medio de las tareas cotidianas; y se puede aprender mucho acercándonos al mundo infantil, jugando tirados por el suelo. Claro que sí. La escuela está superpuesta al hogar; sólo se precisa extraerla y vivirla. Como adultos, debemos ser alumnos dispuestos a captar el vibrante mensaje de vida que nos aporta un niño. Esa es la esencia de todo sendero espiritual que nada tiene que ver con lo humanamente instituido.
Este material va dedicado a quienes, saturados de la incultura reinante, y preocupados por construir un hogar sano, se ocupan en la discreta y paciente tarea de hallar el equilibrio y la felicidad a través del conocimiento.
Un conocimiento –ausente de cualquier tono grandilocuente- que sea práctico, y lo suficientemente fértil como para regenerar intelectual y emocionalmente a todos los miembros de la familia; un saber sobradamente competente como para educar sin tabúes ni carencias.
Dicho conocimiento se adapta al universo infantil a través de un cuento. Siempre fue así. Los cuentos se crean para transmitir valores y para describir las realidades del mundo, advirtiendo a los pequeños de los riesgos de creer ciegamente en las apariencias. El niño, desbordado de una imaginación que todavía no ha sido domada por los años, asimila como propio el rol del protagonista. Y asume como suyos los desafíos que la narración le ofrece, hasta culminarlos.
De ese modo, el relato fantástico trasciende el mero entretenimiento. Y se convierte en una enriquecedora herramienta, que complementa la acción pedagógica que los padres desarrollan durante el resto del tiempo.
A su vez, el cuento reclama su lugar más allá del ámbito infantil, tocando a la puerta de aquellos adultos abiertos al aprendizaje. Porque, en definitiva -sea parábola, fábula, o cuento-, aquello que nos recuerda que los paradigmas racionales aprisionan al espíritu, no es algo que deba reservarse exclusivamente a los oídos infantiles, sino que es patrimonio de todas las edades.

Tavo de Armas 

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