Un relato mágico de Tavo de
Armas
basado en el brillante
guión cinematográfico
de Frances Goodrich,
Albert Hackett,
Jo
Swerling
y Frank Capra
I
Usted está en Bedford Falls
El cartel que indica a los
forasteros que se hallan en un pequeño pueblo obrero del estado de Nueva York,
es mudo testigo de la primera gran nevada de la temporada.
Es la Nochebuena de 1945 y
los hogares comienzan a iluminarse.
En Genesee Street, la
principal calle de la ciudad, el tráfico es escaso. La copiosa ventisca
zarandea las enormes campanas de la decoración navideña que se teje a lo largo
y ancho del bulevar, bailando con los robles. Aún permanece alzada la pancarta
que dio la bienvenida a alguien…
A lo largo de los menos de
trescientos metros de vida que tiene Genesee, se congregan la biblioteca
pública, una barbería, una sastrería, una bonita floristería, así como tiendas
de golosinas, arte, juguetes, música y belleza, entre otras muchas. Sin olvidar
el Bijou Theatre, la oficina de American Airlines, o la sede del periódico
Bedford Falls Sentinel.
No dejamos esta populosa
calle, ya que en la esquina con la Avenida Jefferson se encuentra la oficina de
Construcción y Empréstitos de los Bailey,
que tiene mucho que ver con nuestra historia, el relato de un hombre
excepcional, unas alas angelicales y los vecinos de Bedford Falls; una modesta
ciudad en el que no falta de nada, mas que un milagro…
La botica del señor Gower ya
cerró sus puertas. A esas horas de cualquier día laborable el viejo Gower
acostumbra a trastear, dejando todo listo para la jornada siguiente. Hoy, sin
embargo, ya está arriba, en casa, elevando una plegaria…
-Todo se lo debo a George
Bailey. Ayúdale, Señor.
El neón de Martini’s aún encendido. El propietario
del local pronuncia su deseo…
-Jesús, María y José. Ayudad
a mi amigo George Bailey.
-Ayuda esta noche a mi hijo
George –se escucha el ruego de una madre.
Billy, su tío, opina que George
jamás ha pensado en sí mismo. Razón por la cual atraviesa ahora esta situación.
Última parada en el hogar
que se levanta en el 320 de la calle del Sicamoro, donde escuchamos a una mujer
desesperada…
-Le quiero, Dios, le quiero.
No le abandones.
Y dos niños se van a la cama
pidiendo al cielo el regreso de su papá.
Nuestros ruegos no siempre
son escuchados; pero, en esta ocasión, si lo fue. Podríamos atribuirlo a que
aquella madrugada de diciembre, el nombre que más veces fue mencionado en las
oraciones de los residentes de Bedford Falls fue, en efecto, el de George
Bailey. Todos lo conocen bien. Si las oraciones brotan del alma, no hay duda
alguna de que el señor Bailey es muy afortunado, pues goza del aprecio y
respeto de la comunidad de la que forma parte. Aquella noche, Bedford Falls
gritó auxilio para su vecino. Si el Bedford
Falls Sentinel hubiese hecho una encuesta sobre quién representa mejor la
integridad y la generosidad, toda la ciudad habría mencionado a George Bailey
Lo cierto es que las
oraciones sinceras por él, combatiendo con las ráfagas de viento nevado, se
alzaron –como pájaros de fuego- hacia el cielo azabache, hasta alcanzar el
firmamento donde residen la esperanza y la justicia. Allí se convino que había
que hacer algo; enviar, sin pérdida de tiempo, a alguien capacitado. Un
especialista en estos casos, tan delicados. La elección recayó en un ángel de segundo grado infantil y corazón de primera: Clarence Travers, un
relojero setentón de rostro risueño y cabello cano, que llevaba doscientos años
esperando por sus angelicales alas. Al parecer, sus compañeros comenzaban a
murmurar. Incluso, alguna voz maledicente afirmó con descaro que la espera era
comprensible, dado que Clarence poseía la inteligencia de un conejo. La
realidad es que el eterno candidato a obtener sus celestiales alerones,
Clarence Travers, es un ser con la inocencia de un niño. Y por ello, que no es
poca cosa, la misión celestial Ayudemos a
George Bailey recayó por entero en sus manos.
Menos de una hora tenía
Clarence para quitarse el pijama, cepillarse los dientes y vestirse a la moda
de 19. Imposible. El tiempo corre, y debe informarse de quién es ese tal George
Bailey, un hombre desesperado que a las 22:45 de una fría madrugada en la costa
Este americana, pretenderá cometer suicidio. En juego, una vida humana y, cómo
no, un deseado par de alas.
Puesto que todo comienzo en
la resolución de un problema nace del conocimiento del mismo, Clarence Travers,
apasionado lector de Las Aventuras de Tom
Sawyer, se puso manos a la obra en el conocimiento de la vida y obra de
George Bailey. No había tiempo que perder. Así que Dios comenzó a mostrarle (pues sin las alas, querido Clarence, no
puedes ver nada por ti mismo) algunos de los momentos más destacados de la
vida de aquel hombre. El primero de esos episodios tuvo lugar en la infancia…
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