III
Peter Joshua
La amplia y soleada terraza
del Bar Caminetto, en el magnífico Miramonti Majestic Grand Hotel, fue el
escenario en el que, accidentalmente, Reggie se encontró en compañía del
misterioso Peter Joshua; quién, mirándola mientras se seca la cara, pregunta
con una seguridad apabullante:
-¿La conozco?
-¿Por qué habríamos de
conocernos?
-No sé… me lo ha parecido.
-Lo siento, perfecto
desconocido. Conozco ya a muchísimas personas. Hasta que haya bajas, no me
queda lugar para nuevas amistades.
Joshua sintió que esta
brevísima conversación era lo suficientemente excitante (revelaba en estado
puro a la otra persona) como para no tirar la toalla y dar media vuelta e irse.
Las elocuentes respuestas de aquella mujer provocaron que la encontrara
doblemente atractiva. Escasas veces, creía él, había tenido el gusto de conocer
señoras ingeniosas a la par que hermosas. Dejó correr unos segundos y, con una
espléndida sonrisa en los labios, soltó con ademán de girar y proseguir su
camino:
-No se preocupe. En cuanto
uno de sus amigos muera, avíseme.
-Se da por vencido muy
rápido, ¿no cree?
Joshua recoge el guante y
regresa a la posición inicial. ¿Merece la
pena?, se preguntó. La merece, se
dijo convencido.
-¿Eso cree?
-Me está tapando la vista.
-Oh, lo siento –reaccionó
con agilidad, y señalando a derecha e izquierda, añadió- ¿Qué vista prefiere?
-La que me está tapando –espetó
mientras encendía un pitillo. En estos instantes, Joshua no supo qué decir-.
Pero disfrutaré poco del paisaje. Regreso a Roma esta tarde. ¿Cómo se llama
usted?
-Peter Joshua.
Peter Joshua. La simple
mención de su nombre no nos dice nada. Lógico, es un completo desconocido para
nosotros; también para la sorprendida Reggie, que parece haber encontrado un
buen motivo para desperezar la mente. Jugando, escrutaba cada palabra, tono,
imperceptible gesto, en pos de estar a la altura de su gracioso visitante. Peter Joshua no me parece el nombre más
oportuno para un rostro como el suyo, fue lo primero que pensó.
Sus primeras deducciones le
hicieron suponer que el presunto señor Joshua era uno de esos hombres que,
realmente, conocen el significado de la palabra éxito; ganador en todos los terrenos, cualquiera que sea la mujer
que desee poseer, él la obtendrá.
Ahí va uno de los
terroríficos pensamientos que se colaron en su mente: Cuidado, Reggie, que él tenga cerca de sesenta años no evitará que seas
un objetivo más de sus correrías. Por un instante, la chica imaginó
brevísimas y libertinas fantasías que casi convertían al desconocido e
ingenioso Peter Joshua, en todo un Casanova… A este respecto, ella ya daba por
cierto que él pertenecía a esa especie de hombres que son como el trueno,
rompiendo corazones sin pesar alguno.
Como narrador, si se me
permite, diré que, tras observarlo con atención en numerosas y variadas
ocasiones, Peter Joshua, sin juzgar lo
adecuado de tal nombre, es el tipo atemporal que cualquier otro varón
querría ser. Así, como suena; contundente, como un buen aperitivo. Aderezado,
quizás, con una de esas pegadizas y dinámicas melodías, tan actuales, de Henry Mancini, piezas cargadas de amable jazz, saxo
tenor y regusto a exótica bossa nova.
Sobrepasando, con creces, el
metro y ochenta centímetros de altura, con movimientos naturales y elegantes,
Joshua encarna virilidad. ¿Qué decir de ese suave acento transatlántico, casi
aristocrático? Diríase que su impecable aspecto físico había servido de
inspiración para las sorprendentes novelas de agentes secretos de Ian Fleming,
como Casino Royale o Goldfinger.
-Yo me llamo Regina Lampert.
-¿Existe el señor Lampert?
-Sí.
-Me alegro.
-No se alegre, vamos a
divorciarnos.
-¿No será por mi culpa?
-No, tranquilo. ¿Existe
alguna señora Joshua?
-Sí, pero estamos
divorciados.
-Vaya… ¿Cómo le llama la
gente? ¿Peter?
-Señor Joshua. Regina, he
tenido mucho gusto en conocerla, pero ahora he de irme.
-Se ha enfadado, ¿no?
-No estoy enfadado. Es que
debo terminar de preparar mis maletas. Dejo el hotel en un rato.
-¿No fue Shakespeare quien
dijo que cuando dos desconocidos se encuentran en tierra extranjera deberían
volverse a ver?
-¡Shakespeare nunca dijo tal
cosa!
-¿Cómo lo sabe?
-¡Es horrible! Se lo acaba
usted de inventar.
-Sí, pero suena bien. ¿Me
llamará?
-¿Su número está en la guía
telefónica?
-El de Charles.
-¿Sólo hay un Charles
Lampert en toda Roma?
-Eso creo. Pero, a decir
verdad, ya no estoy segura de nada.
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