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viernes, 17 de noviembre de 2017

El último aliento de Cora James (II)


Las viejas mansiones en la desembocadura del río Connecticut, en el estrecho de Long Island, se conocen de toda la vida. La propiedad de Cora James linda con la de las supuestas vecinas lesbianas. Así es como ella las nombra. A su juicio, la que fuera una prometedora y soleada mañana primaveral, inevitablemente, se había convertido en una amargura, por culpa de una de las vecinas lesbianas; Margue Peabody, para ser exactos.
-Margue, no le permito que se inmiscuya en mis asuntos. Tenga usted un buen día –dijo, como hachazo certero, Cora James al despedirse de su vecina en la linde que separa sus propiedades. Ya de espaldas, a paso rápido, el pequeño y ágil cuerpo de aquella octogenaria mujer, marcha hacia el porche de la casa. Va despachando maldiciones a diestra y siniestra, mientras zarandea el ramillete de flores frescas que lleva entre las manos.

domingo, 12 de noviembre de 2017

El último aliento de Cora James (I)


Nando y Helen se conocieron hace muchos años. Comenzaron a salir juntos en la escuela, cuando las hombreras hacían furor. Y siguieron caminos distintos en ciudades diferentes, cuando a gente de todo el planeta le dio por moverse al ritmo de una sola canción, dicharachera y bailona.
No fue una despedida triste. Ambos, uno en Canarias, la otra en Madrid, volvieron a comprometerse con sendas parejas. Y les fue muy bien. Y el mundo siguió girando; y con él, el recuerdo, el bonito recuerdo, del tiempo que habían compartido. Desde entonces, fueron, el uno para la otra y viceversa, la persona cuya opinión tienes en consideración; el teléfono rojo de la esperanza; con quien echar sapos por la boca sin más consecuencias. Todo eso, y más, durante seis años sin verse las caras.
Pero la vida, que -de tiempo en tiempo- se comporta como una caprichosa diva, los volvió a unir. Los chicos no lo pretendían, pero sucedió. Es cosa del destino, dijo la abuela Trini. Parece una película de Meg Ryan, añadió la hermana tonta de Helen.